El peligro de estar cuerda - Reseña crítica - Rosa Montero
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El peligro de estar cuerda - reseña crítica

El peligro de estar cuerda Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Estilo de vida, Desarrollo personal y Biografías y memorias

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9789878319827

Editorial: Seix Barral

Reseña crítica

Partiendo de su experiencia personal y de la lectura de numerosos libros de psicología, neurociencia, literatura y memorias de grandes autores de distintas disciplinas creativas, Rosa Montero nos acerca un estudio apasionante sobre los vínculos entre la creatividad y la inestabilidad mental. 

"El peligro de estar cuerda" habla de que "las hadas" dan un don, y hacen pagar un precio por él; los normales no pagan ese duro precio, pero corren el riesgo de morir de tedio, en lugar de morir de amor. ¿Te animas a ir por los bordes de la locura para descubrir la creatividad? ¡Vamos!
 

La niñez de los artistas

Una frase de Henri Michaux sostiene que “El yo es un movimiento en el gentío”. Visto de esta forma, contenerse dentro de una sola identidad resulta empobrecedor.

Después de leer muchos textos biográficos y de conversar innumerables horas con colegas escritores, la autora advirtió la existencia de una pauta que se repite una y otra vez: la gran mayoría de los narradores han tenido una experiencia muy temprana de decadencia y pérdida.

Siendo aún pequeños, antes de la pubertad o en torno a ella, han perdido de manera violenta el mundo de la infancia.

No es de extrañar que, tras haber tenido un desencuentro tan temprano con la vida, y habiendo aprendido desde niños lo que el tiempo te puede hacer y deshacer, la inmensa mayoría de los narradores sean también personas más obsesionadas que la media por el paso del tiempo y por la muerte. 

El psiquiatra Philippe Brenot explica que la gestación de la obra tiene su origen en un sentimiento de pérdida. Por su parte, Lola López Mondéjar, en su libro “Literatura y psicoanálisis” afirma que “La salida creativa tiene su origen en un encuentro precoz con lo traumático”.

Un buen puñado de los artistas más acosados por los problemas mentales han venido al mundo arrastrando el fantasma de un familiar muerto, a menudo un hermano.

Así, se produce luego un intento de transformar el horror en algo valioso. “Tal vez un día llegaré a casa a rastras, abatida, derrotada, pero no mientras mi corazón pueda crear relatos y mi dolor, belleza”, escribió Sylvia Plath, lo cual no evitó que se suicidara a los treinta años.

En cualquier caso, como dice el psicoanalista Didier Anzieu, “crear es no llorar más lo perdido que se sabe irrecuperable”.

Por un lado están las enfermedades de los artistas, las incapacidades más o menos graves, y por el otro está el arte que les permite sobrellevarlas. “Escribo como si fuera a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida”, decía Clarice Lispector. O Ray Bradbury: “Escribir es una forma de supervivencia [...]. No escribir, para muchos de nosotros, es morir”.

El cerebro de los artistas

En lo que llamamos locura, siempre hay una base biológica, química, eléctrica. Pero lo que complica la cosa es que hay influencias externas que alteran esa biología.

Las circunstancias sociales pueden hacernos producir demasiado cortisol, que es la principal hormona del estrés. 

Si estamos muy angustiados durante mucho tiempo, el cortisol puede alcanzar unas concentraciones excesivas y destruir las conexiones entre las neuronas del hipocampo, una parte del cerebro muy importante para la memoria, y del córtex prefrontal, que regula la voluntad de vivir e influye en la toma de decisiones.

La locura produce tanto miedo que las personas que sufren alguna enfermedad mental son estigmatizadas y aisladas socialmente, cosa que empeora de manera fatal su dolencia.

El cerebro tarda en madurar; hay estudios que sostienen que no termina de formarse hasta después de los treinta años. Pues bien, al parecer hay un cierto número de personas en las que no se produce esta maduración cerebral. Entre ellas, los enfermos mentales; y también, en lo que sostiene la neurobióloga Mara Dierssen, los artistas.

La cosa es que fallan de algún modo los neurotransmisores y no se desarrolla la mente como es debido: “Una persona normal controla la atención mediante la inhibición de respuesta a estímulos irrelevantes”, dice Dierssen. Pero en la gente más creativa no se produce esa inhibición, al menos en los momentos de creatividad.

Dicho de otro modo, las personas menos creativas fijan demasiado su atención, lo que posiblemente reduce su capacidad de establecer asociaciones y pensamientos más originales. El acto creativo podría derivarse de la capacidad de activar un gran número de representaciones mentales de forma simultánea, lo que permitiría descubrir nuevas asociaciones, nuevas analogías.

Las personas con mucha sensibilidad son capaces de percibir y procesar más información sensorial simultánea. Son muy reflexivas, casi obsesivas; con una emocionalidad y empatía muy altas; con tendencia a sobreestimular e incluso saturarse por la mucha información recibida; con habilidad para captar sutilezas.

Esta imaginación frondosa y sin podar es el típico “regalo de las hadas”. Es decir, las hadas madrinas de los cuentos infantiles clásicos, que llegan a los bautizos de las protagonistas y siempre les dan algún regalito envenenado. Serás muy bella, pero caerás cien años dormida. Serás muy lista, pero te convertirás en una rana.

Todo lo bueno tiene un precio. Y cuanto más bueno, más caro. Porque la mente incontrolable también hace pasar por algunos tormentos.

Lo repiten en sus textos una y otra vez los autores más heridos: la locura es un enemigo que acecha durante toda la vida, un buitre que te ronda para devorarte. Aún peor: es un buitre impaciente que comienza a roerte las entrañas cuando aún no has muerto. “Mi cerebro está totalmente trastornado y ya no sirve para vivir, de suerte que debería ir al asilo”, dijo Van Gogh.

Cabe preguntarse si, en casos extremos, uno puede llegar a preferir la salud a la obra. ¿Habría escogido Van Gogh ser menos genial y no sufrir tanto?

El síndrome del impostor

A los escritores, en especial a los novelistas, les encantan los impostores; pero es que además tienen una notable tendencia a sentirse un fraude: “Soy una traidora, una pecadora, una impostora”, escribió en sus diarios una desesperada Sylvia Plath.

“Los días buenos me siento un impostor”, dice Emmanuel Carrère en Yoga. “Ni siquiera soy artista de verdad, sino una especie de impostor que escribe desde el asco más absoluto”, dijo Charles Bukowski.

El síndrome del impostor fue descrito por primera vez en 1978 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes. Descubrieron en sus sesiones clínicas que muchas mujeres profesionales de éxito se sentían impostoras en su trabajo; creían no dominar la profesión en la que destacaban y estaban llenas de ansiedad por el miedo a que sus carencias fueran descubiertas.

También les sucede a los hombres, aunque a las mujeres les afecta algo más debido a una desigualdad lógica si tenemos en cuenta que el mundo profesional sigue estando construido mayoritariamente por y para varones.

Es un fenómeno psicológico que, en cualquier caso, está relacionado con el perfeccionismo, y abunda tanto entre los escritores porque conecta con ese yo carente de hueso que tienen los literatos. Con la multiplicidad y la falta de fiabilidad interior. 

Adicciones y suicidios

Los artistas son por lo general adictos. Puede que se controlen, pero el temperamento adictivo está ahí. Se drogan para mantener el fuego interior, la energía que se devora a sí misma; y para desinhibir aún más esa corteza prefrontal ya de por sí desinhibida, como decía Dierssen.

Lo hacen para facilitar la asociación de ideas; para fomentar las emociones, para acallar al yo consciente, que es el mayor obstáculo que existe contra la creatividad, un miserable enemigo íntimo que te susurra venenosas palabras al oído: no puedes, no sabes, no vales, no lo vas a conseguir, todos los demás son mejores que tú, eres una impostora, vas a hacer el ridículo, ríndete de una vez a la adversidad.

Pero lo cierto es que ayudan al principio y después destruyen y matan. La historia del arte en general y de la literatura en particular está llena de alcohólicos, opiómanos, cocainómanos y yonquis de todo tipo de porquerías. Y el proceso es siempre semejante: la musa química primero acaba con la obra y luego, con el autor.

“Entonces estuve borracho durante muchos años y después me morí”, dejó escrito en un cuaderno Scott Fitzgerald.

Un temor habitual que muchos psicólogos y psiquiatras relatan es el miedo que muestran las personas creativas a que el tratamiento psiquiátrico les arrebate la inspiración. Y lo cierto es que si se toman en grandes dosis, los psicofármacos mayores pueden atrofiar la cabeza.

Cada año se matan unas 800.000 personas en el mundo, y según un estudio sueco, los escritores tienen un 50 % más de posibilidades de suicidarse que la población general. Es un porcentaje elevadísimo.

Hay algunos suicidios que son hijos de la razón, de una reflexión serena y ponderada de las circunstancias y de la certidumbre de que la vida que queda por vivir no merece la pena, como, por ejemplo, cuando tienes una enfermedad penosa e incurable. Este tipo de muerte es un logro, un derecho y, sin duda, un alivio.

Los suicidios desesperados, que son la mayoría, tiene una predisposición psicológica y neurológica, una tendencia a la irrealidad y a los cortocircuitos neuronales que a veces es agravada de manera crítica por un cúmulo de circunstancias alienantes.

Pero la tormenta perfecta que conduce a la muerte requiere tantas coincidencias que cualquier pequeña alteración puede salvar al artista. La mayoría de los suicidas no quiere matarse; simplemente se sienten incapaces de seguir viviendo.

La intensidad del artista

Es posible que al disociarse de las emociones para defenderse del trauma, los artistas queden con cierta dificultad para experimentar la realidad de una manera directa y completa. Y también puede que los neurotransmisores revoltosos añadan confusión, vibraciones resbaladizas y una incómoda distancia con las cosas.

Todos los escritores tienen cierta propensión a vivir la vida vicariamente (unos más que otros, desde luego), a través de los relatos que inventan. Como si, para poder experimentar de verdad el dolor, para hacerlo propio, como dice Pessoa, tengan que contarlo atribuido a un personaje, o alojado (y alejado) en un verso. 

La mayoría de los especialistas insisten no sólo en la energía excepcional de las personas que producen una obra, sino también en su apasionamiento, en su vehemente necesidad de experimentar emociones agudas. 

Rosa Montero afirma que los artistas son yonquis de la intensidad. Les cuesta vivir la vida por sí misma, la realidad se despega de los ojos y de las manos, como un decorado teatral barato y mal sujeto a los bastidores de madera del escenario. 

Ante esa cotidianidad carente de lustre y de autenticidad, se ven obligados a recurrir a un chute de trascendencia: Necesitan fomentar cierto nivel de euforia porque la vida no es suficiente.

Todos los humanos, incluso aquellos que jamás piensan en su propia mortalidad ni en oscuridades semejantes, sienten un miedo inconsciente a que el decorado de la vida se les desmorone.

Hay escritores vampíricos que han perdido por completo el contacto con su yo sufriente; o, lo que es lo mismo, con su corazón. Quizá esos novelistas que no tienen empacho en utilizar, sin apenas disfraz, a las personas reales en sus libros sean todos un poco hijos de Drácula. Es muy posible que actúen así porque, si se permitieran un mayor contacto con sus emociones, se desmoronarían.

Notas finales

Crear no solo te posibilita vivir, sino que además esa vida que te ofrece es maravillosa, de una intensidad, una plenitud y un vuelo sin igual. Es como meter los dedos en un enchufe y recibir una descarga de corriente que no solo no te mata, sino que por añadidura ilumina el mundo con todos los colores conocidos y otros cuantos que ni siquiera podrías nombrar.

Hay que acallar y cegar al yo consciente para que el inconsciente pueda mandarnos sus mensajes con una frecuencia de onda lo suficientemente audible. La creatividad es un viaje a otra dimensión.

Consejo de 12min

En el microlibro basado en “Rituales cotidianos: cómo trabajan los artistas”, Mason Currey recopila las maneras de trabajar de una extensa cantidad de artistas y pensadores para que nosotros podamos llevar a nuestra vida algunos de sus tips. Incluye información para los que disfrutan dormir, para quienes les gusta trabajar de noche o para quienes necesitan horarios estrictos.

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¿Quién escribió el libro?

Nació en Madrid y estudió periodismo y psicología. Colaboró con grupos de teatro independiente, como Canon o Tábano, a la vez que empezó a publicar en diversos medios informativos. Su ob... (Lea mas)

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